Saturnino Martínez


Aventura y desventura
de Saturnino Martínez

Natural de Vega (Sariego), nació en 1840 y emigró de joven a Cuba, donde adquirió fama como poeta, fundó varios periódicos y desarrolló una intensa actividad social.

Saturnino Martínez es un gran tipo y hombre muy popular; aunque últimamente su salud no es buena, no por eso decae su ánimo. En febrero de 1904, Saturnino se vio forzado a ingresar en la quinta de salud «Covadonga», del Centro de Asturianos de La Habana, como consecuencia de un grave padecimiento que los médicos no consiguieron atajarle del todo, porque él nota que no mejora, aunque, desde hace unos meses, ha sido reintegrado a su domicilio. Miguel de Cervantes hubiera dicho también de él aquello de «metafísico estáis», dada su delgadez extrema; pero, en compensación, su voz es recia y está bien timbrada, y sus manos huesudas, casi esqueléticas, y amarillas, aferran con fuerza.

Yo quisiera saber qué dolencia tengo para poder combatirla con mayor eficacia ­me dice, con tono confidencial­; pero me da la sensación de que los médicos no aciertan a encontrarla.

Saturnino Martínez es, según Constantino Suárez, «uno de los más destacados y prestigiosos intelectuales que tuvo España en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX». Octavio Bellmunt añade sobre él, en la monografía sobre Sariego, incluida en «Asturias» de Bellmunt y Canella, que Saturnino Martínez fue «de muy movida y accidentada vida literaria y poética, económica y política en la gran Antilla, donde fue obrero, periodista, empleado y miembro distinguido de diferentes corporaciones».

—­Si yo hubiera sido otro, habría dado mi brazo a torcer y me habría dirigido a las autoridades para que me repatriasen. Tan canutas las pasé en algunas ocasiones. Pero Saturnino Martínez no es de los que se doblegan, y mucho menos de los que aguantan que les canten aquello de «americano del pote, ¿cuándo viniste, cuándo llegaste? La cadena y el reloj, ¿ya la vendiste, ya la empeñaste?».

—­Y acá quedó.

—­Sí, señor, acá quedé.

—¿Cuánto tiempo hace que vino a Cuba?

—­Casi perdí la cuenta. Todavía era un rapaz.

—¿Dónde nació?

—­En Vega, en el concejo de Sariego, en 1840. Mis padres eran labradores muy humildes, y como la casería no daba para todos, y se decía que América era grande, a Cuba vine.

—¿Llevaba alguna idea concreta cuando embarcó hacia Cuba?

—­La de hacer fortuna, como todos. Empecé trabajando como tabaquero en Guanabacoa, población que se encuentra frente a La Habana, al otro lado de la bahía. Por las noches se ven las luces de la gran ciudad reflejadas en las aguas, la bahía por medio. También en Guanabacoa hice mis primeros intentos poéticos e inicié mis trabajos como escritor.

—­¿De dónde le venía la afición a la literatura?

—­No sé, de haber leído versos en cualquier periódico, porque en la escuela de Sariego sólo aprendí lo más elemental: a escribir, a leer y las cuatro reglas. Eso sí, el maestro nos enseñaba a leer usando el Quijote como libro de texto, y eso ya es algo.

—¿Cómo se dio a conocer como poeta?

—­Le diré, porque el caso es notable. En 1861, el Liceo de Guanabacoa convocó un concurso literario para celebrar sus fiestas, formando parte del jurado literatos muy importantes bajo la presidencia del eminente hombre público don Nicolás Azcárate. A éste le llamó la atención la composición con la que yo concurría, señalando que era pobre y defectuosa en la forma, pero hermosa y sentida en el fondo. Don Nicolás, al descubrir en mí dotes de poeta, me pidió que escribiera un poema dedicado a la memoria de la esposa del poeta Rafael María Mendive, y mi poema gustó tanto que fue publicada en la primera página del «Diario de la Marina», avalado por un comentario laudatorio de don Juan de Ariza, director del periódico. Desde entonces gocé de la protección de los señores Azcárate y Ariza, y de la del sabio naturalista don Felipe Poey, gracias a los cuales pude abandonar mi trabajo de tabaquero para ser el bibliotecario de la Sociedad Económica de Amigos del País de Guanabacoa. Con este empleo ganaba menos que con el de tabaquero, pero disponía de todo el día para dedicarlo a la lectura, con lo que mejoré en mucho mi educación. En 1866 publiqué un volumen de «Poesías», que se fueron incrementando en sucesivas ediciones en 1872 y 1876. También en 1866 fundé el periódico «La Aurora», que tenía por objeto la defensa de los más humildes, sobre todo dentro del ramo del tabaco.

—¿Y esto le convirtió en un activista social?

—­Un activista en defensa del obrero, si le parece mejor así. Mi periódico tenía por objeto consolar a los obreros en sus tribulaciones y alentarlos en el infortunio. Yo animé a los trabajadores a que se unieran en el Centro de Artesanos, fundado por mí junto con Valeriano Rodríguez, Rafael García Marqués y José González Alegre, y cuya primera presidencia ocupé, por espacio de siete años. En 1868, con motivo del estallido de la llamada guerra de los diez años, suspendí la publicación de «La Aurora», pero dos años más tarde, en 1870, fundé y dirigí «La Unión», periódico de mayores ambiciones, porque no se limitaba a la defensa del obrero, sino también a denunciar y combatir los errores de la Administración colonial española. Esto me ocasionó algunos disgustos.

—­¿De qué tipo?

—­La malquerencia de las autoridades, sobre todo las militares. Hasta que, finalmente, el capitán general Jovellar determinó mi deportación a la Península.

—¡Vaya!

—­Ya ve usted. Al tener conocimiento de mi deportación, sentí que se me caía el mundo encima. Pero no. Más que un castigo fue una suerte, porque me permitió hacer un viaje a España, cosa que mi lamentable economía no me permitía hacer, por cuenta del Gobierno. Así pude regresar a Sariego y escribir dos poesías sobre este motivo que, en mi modesta opinión, debieran figurar entre los mejores de las mías: «La vuelta al hogar» y «Mi valle natal». Además, la deportación no fue muy duradera, y al poco tiempo estaba de regreso en La Habana.

—¿Y qué hizo entonces?

—­Fundar otro periódico, «La Razón», ¿qué iba a hacer? Este periódico comienza a publicarse en 1875 y fue de los periódicos dirigidos por mí, el que alcanzó más larga vida. También colaboré con artículos y poesías en numerosos periódicos y revistas ilustradas, como el «Diario de la Marina», el «Liceo de La Habana», la «Revista Habanera», «Noches Literarias», «Aguinaldo de Costales», «Ofrenda al Bazar», etcétera. Para las composiciones poéticas suelo emplear el pseudónimo de «El vate de las Yaguas».

—­Usted está muy vinculado a la historia del Centro Asturiano de La Habana.


—­Desde luego. Sin embargo, no figuro entre los cincuenta socios fundadores. No obstante, yo fui uno de los primeros en lanzar, desde la prensa, la idea de hacer un Centro de Asturianos que fuera a la vez una sociedad asistencial y recreativa, y cultural.

—­Pero, posteriormente, usted ocupó cargos dentro de la directiva del centro.

—­Sí, pero siempre de carácter honorífico. En cambio, también desempeñé cargos remunerados, aunque de otro orden, como el de secretario de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación.

—­¿Cómo contempló la pérdida de Cuba?

—­Como algo muy doloroso, pero inevitable, dada la escasa flexibilidad del Gobierno de Madrid. La última guerra no tenía una solución militar, pero sí podía tenerla política. Yo formé parte del último gobierno autonómico de la isla, como subsecretario de Obras Públicas y Comunicaciones, en 1898. Pero entonces ya era tarde para buscar soluciones políticas y no nos quedó otro remedio que ver cómo arriaban la bandera.

—­Sin embargo, decidió quedarse en la isla.

—­Sí. Muchos españoles nos quedamos, aunque yo lo hice conservando la nacionalidad española. A fin de cuentas, toda mi vida estuvo aquí, desde que era poco más que un niño. Y aquí pienso seguir, mientras el cuerpo aguante, que está para pocos trotes.

La Nueva España ·07 de octubre de 2002

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